martes, 21 de abril de 2009

Ocupando los pc de la U sin fines acadèmicos

Rato de ocio, "horas libres", sin ganas de estudiar, viendo blogs, facebook, ogame!!! Que nostalgia, practicamente ya no juego, tengo mis dos cuentas en modo pitufo quizàs hasta cuanto tiempo màs, pero no pienso regalarlas o romperlas, se que en algùn futuro hecharè de menos ese vicio y voi a volver en gloria y majestad para llegar a cumplir mi objetivo!!! tener una flotaza bien decente.. con eso serìa feliz!!!
Mañana aburrida, solo laboratorio de Quìmica y una hora de àlgebra lineal nada màs, y ahora no se me ocurre nada que hacer. Creo que irè a la casa de unos amigos a dormir un rato, que esto de tener clases todos los dias a las 8 de la mañana me tiene un poco cansado. Si viviera acà en Concepciòn no serìa tanto, pero el hecho de vivir a mas de una hora y media de donde estudio hace que aparte de estar cansado por el sueño, me fatigue aun màs por los viajes que tengo que hacer diariamente.
Recién me percatè que el fucking teclado està desconfigurado y la tecla que ocupo para poner los tildes los pone al reves, todo mal hoy dìa xD.

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domingo, 19 de abril de 2009

De vuelta a la realidad...


Después de intensos 4 días en los cuales me desaparecí de la faz de la tierra llego a mi humilde, pero acogedor hogar. Lo mejor de todo esto es dormir en mi propia cama, cosa que se extraña muchísimo cuando te quedas en otros lugares, aunque sea de personas con las que tienes una confianza gigante.
Hoy día al caminar por Paicaví para poder llegar a la calle Carrera (ya no nos quedaba dinero para poder tomar un bus y llegar a la casa) me di cuenta de que fueron 4 días vegetativos, sentí mis piernas atrofiadas, como que me costaba mover un poco mis articulaciones, pero a pesar de eso fueron productivos en cierto sentido, pasé todas las etapas del Mario Bros y del Donkey Kong, algo bastante ñoño para mi edad, pero fué algo irresistible más por que sufro una gran debilidad por los juegos de videos, y más por esos que son clásicos de clásicos.
Aparte de eso lo demás fue lo de siempre, beber, ir a un par de antros, cocinar, descanzar, seguir bebiendo etc etc etc. Pero lo mejor de todo es la compañia no? Que más rico poder hacer todo eso con tus amigos, las personas a las que estimas, con las que puedes ser Tú mismo sin sentir pudor alguno?
En fin como dice el título de esta entrada,"De vuelta a la realidad..."

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viernes, 10 de abril de 2009

Blogueando

Dando vuelta por los blog que sigo, entre en uno llamado metal-downloads y me encontré con esta banda llamada "Mercenary", provenientes de Dinamarca. Es una mezcla entre trash, power y melodic death metal, pero por la mayoría son considerados como melodic. Acá un video de la banda, a ver si se animan a descargar algún disco. Totalmente recomendados.


El cuento de la princesa encerrada en el castillo...

He aquí como hubiese cambiado la historia en el típico cuento donde la princesa es secuestrada en un castillo por un imponente dragón; Suponiendo k el príncipe k la rescata es un metalero. Si el príncipe fuera:
Heavy Metal: llega el metalero forrado de piel negra en una motocicleta, mata al dragón, se coje ala princesa y se toma una chela.
Power Metal: llega el metalero en un unicornio blanco, mata gloriosamente al dragón se lleva a la princesa y le hace el amor en un bosque encantado.
Speed Metal: llega el metalero al castillo y se pone en chinga a correr alrededor del castillo como idiota, el dragón se rompe el cuello al perseguirlo, en chinga sube y baja las escaleras tres veces, llega con la princesa y se la coje en chinga mientras ella despierta y se va.
Glam Metal: llega el metalero al castillo, el dragón se burla de su apariencia, entra al cuarto de la princesa, se roba el kit de cosméticos y pinta el castillo de un hermoso color rosa. La princesa se va con el de Heavy metal.
Doom Metal: llega el metalero al castillo, ve el tamaño del dragón, se deprime por que piensa que no puede matarlo y se suicida. el dragón se lo come a el y a la princesa.
Goth Metal: llega el metalero al castillo, trata de intimidar al dragón con sus colmillos, le da terapia al dragón diciendo que todos están muertos presumiendo su cultura. El dragón le tiene compasión y se lo come.
Death Metal: llega el metalero al castillo, mata al dragón, se coje a la princesa y la mata.
Viking Metal: llega el metalero al castillo en un enorme barco blandeando su poderosa hacha, mata al dragón, se lo come y de su piel se hace una capa, viola a la princesa hasta la muerte, quema el castillo y se roba los tesoros.
Black Metal: llega el metalero al castillo a la media noche, ala luz de la luna, empala al dragón frente al castillo, sodomiza a la princesa, bebe su sangre en un ritual y la empala.
Gore Metal: llega el metalero al castillo, mata al dragón, saca sus órganos y los esparce en el castillo, se coje a la princesa y la mata, se coje su cadáver, le abre la panza y se come los órganos, se la coje de nuevo, la quema y se la vuelve a coger.

Fuente: Symphonymetal

miércoles, 8 de abril de 2009

Se viene con cuatica


Esta semana que se aproxima será de locos. Comenzamos día lunes con un hermoso certamen de física. Continuamos día martes con el tierno test de álgebra lineal, y, en modo de bonus track, terminamos con un siempre apetitoso certamén de cálculo. ¿Que semana más entretenida no?. En fín, así es la vida del estudiante así que me veré en la obligación de estudiar como weón todo este fin de semana largo, cosa que no es de mi agrado pero tengo que velar por mi futuro académico. Pero no por eso no saldré a carretear el día sábado, me invitaron a un cumpleaños en Talcahuano de no se quien, pero una amiga le dijo a la cumpleañera que iría conmigo así que obligado a ir a pasarla bien.
Aaaa algo nada que ver, hoy día cuando me venía a la casa desde la U, tuve que esperar más de media hora para poder tomar bus, cosa que me dejó más que irritado, más por el hecho de que andaba con dos libros y en mi mochila traía ropa, mucha ropa ya que la noche anterior me había quedado en Conce y aparte hoy día fuí a comprarme ropa, así que hiba super cargado. Para peor, en el bus que alcanzé a subir venía lleno y estuve más de una hora parado, con todas las cosas encima, y como si fuera poco, atrás mio venían dos niñas, mas huecas imposible, realmente me daba verguenza escucharlas hablar era como todo un "blog de la Feña" pero en vivo... "holi", "que ondi", "super cool", "hay que mino", "todo el rato top and fresf", "osea hello"... Una cosa es ver eso por televisión y cagarse de la risa por lo hueco y sin sentido del programa, pero cosa muy diferente es ir cansado, con sueño, irritado, todo transpirado (calor infernal el de hoy), con la mente en que tienes que estudiar para la próxima semana, queriendo ir tranquilo y que de la nada dos "niñas" se pongan a hablar así y a reirse de una forma tan odiosa, que lo único que quieres es ponerle una manzana en la boca para que se queden en silencio... El wn resentido jajaja....

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lunes, 6 de abril de 2009

"El gato negro" -Edgar Allan Poe-

Imposible no leerlo sin sentir un escalofrio en tu pecho.


No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.

Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.

Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.

Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.

Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.

Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.

Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.

Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.

El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.

La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.

No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.

Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.

Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.

Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.

Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.

Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.

Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.

Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.

El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.

Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!

Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.

Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.

Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.

Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.

El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.

No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".

Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.

Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.

Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.

-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez.

Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.

¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.

Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!

Reflexionando



Y ya se fué Marzo (hace días, pero ahora recién me percaté de ello, ¿raro no?). ¿Cuales son las conclusiones a las que llegué, pensado en mis actos de este mes?

1.- Me dejo influenciar facilmente.
2.- En el momento de decidir lo mejor para mi, por lo general me equivoco.
3.- Dejo muy de lado a mi familia.
4.- Soy un tipo muy impulsivo, demasiado diría yo.
5.- Me di cuenta que mi curiosidad por ciertos temas llega al extremo.
6.- Si me propongo hacer algo, lo cumplo, por difícil que sea (eso es algo que me llena).
7.- Soy demasiado flojo.
8.- Aveces pienso que tengo el dón de la palabra.
9.- Soy un tipo demasiado carretero y últimamente ebrio (en especial marzo)

Y así podría seguir enumerando conclusiones, que en tiempos normales no me hubiese dado cuenta, no digo que no sepa como soy, pero como dije en una entrada anterior, no acostumbro en pensar mucho sobre mi persona, en como soy y mucho menos en lo que hice atrás, pero este mes fué especial en muchos sentidos, varias veces estando ebrio llegaba a un punto en el que estaba totalmente "ido", no de copete ni mucho menos, pero era casi entrar en un trance en que reflexionaba sobre tantas cosas. Lo malo es que después de salir de ese "trance" quedaba totalmente inquieto, los dedos de mis manos se movían solo, sentía una sensación en mi pecho para nada agradable y no sabía que hacer para parar de sentir eso, después, al rato se me pasaba y no me daba ni cuenta como... algo bien extraño a mi parecer.

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Wii para las mujeres

En el momento en que vi este video, simplemente me ORINÉ de la risa, jajaja.
No se ofendan, es un simple video ^^!


domingo, 5 de abril de 2009

Fly away from here -Aerosmith-

Linda canción no?

Nosé


Nosé que pasa en mi vida últimamente, hago cosas, deshago otras, pienso en lo que debería hacer y decir en ciertas situaciones, pero llegado el momento me callo y todo lo que tenía "preparado" se va a la misma mierda...
Pienso en que debería volver a ordenar mis prioridades, pensar en lo mejor para mi futuro e intentar no dejarme llevar por las masas, cosa que lo veo muy difícil, me di cuenta de que soy muy manipulable, que aveces puedo ser muy duro en mis decisiones pero que en otras soy demasiado flexible...Todo esto depensar weás me pasa en días como hoy, con viento, unas nubes de temer y una lluvia, aunque suave, mojadora. Que mejor que caminar bajo esa lluvia, fumando un cigarro y pensado en las cosas que deberían cambiar radicalmente, dar un giro en 360° y llegar a conclusiones totalmente ilógicas e imposibles en la realidad, total, como dicen "Soñar no cuesta nada". ¡Pero no todos los días son así! de hecho no pienso mucho en las cosas que haré más adelante y menos en las que hice tiempo atrás (me di cuenta que eso es auto flagelarse), por lo general vivo el presente y hago lo que en el momento encuentro que es lo correcto, ¿Así se disfruta más la vida no?. Y hablando de disfrutar, el viernes fuí a la fiesta mechona del suractivo, que aunque no me gustaban los grupos que tocaron, hiba por el hecho de salir con mis civiles ya que varios me estaban cobrando sentimientos de que ya no salía con ellos y cosas así, y para que decir que lo pase bien, primero su previa en el Olimpo con unas amigas, luego a la casa de Fede a beber con mis civiles y después a la fiesta. Está demás decir que estaba horriblemente lleno y fue bastante tediosa la entrada, además de el calor insoportable dentro del recinto y las filas enormes para ir al baño y comprar algún bebestible. Aguanté hasta las 4 am dentro, después lo único que quería era aire, una botella de ron y una cama donde poder descanzar en paz.
Ya me dió paja seguir escribiendo, ya parece diario de vida jajaja...

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